dimecres, 8 de juliol del 2009

La ciudad cuerda.




Bajaba por aquella carretera que diariamente le hacía recorrer las estaciones como si sobre ella se completara una translación alrededor del sol. Por las mañanas cruzaba el equinoccio de otoño, acercándose al sol, pero otros factores más influyentes (diferentes en sendos casos, pero con consecuencias parejas) hacían bajar la temperatura. Por la tarde, el mismo recorrido en sentido inverso le llevaba a un verano permanente al que no tardó en acostumbrarse.
Cualquier ex-conciudadano hubiera pensado que era imbécil al ver la cara de felicidad con la que cada día hacía esos trayectos con su moto. En la ciudad hay un patrón que se le aparecía como una tensa cuerda semiinfinita a la que alguien le había inducido un movimiento transversal. Todos sus puntos se alejaban del eje de propagación de la onda, pero sabían muy bien dónde se encontraba su punto de equilibrio y que en un tiempo indefinido volverían a él. Era escasa la gente que tenía suficiente energía como para desplazarse lo suficientemente lejos de ese patrón como para poder sonreír por la calle sin ningún motivo y la gente de su alrededor pronto se encargaba de acelerarlos hacia el origen. Sí, sí, lo acababa de ver claro: la gente de ciudad eran partículas de una cuerda que transmite una onda y que hacen tender a las partículas colindantes hacia su posición, habiendo un punto de equilibrio (en el que la felicidad precisaba de explícitos motivos para existir) del que era imposible escapar, al menos clásicamente.

-Ahora entiendo aquello de "estar cuerdo"!- se dijo mentalmente mientras se partía de risa por el malísimo chiste que acababa de hacer y del cual sabía que las únicas personas a las que podía hacerle gracia de verdad eran Martín y él mismo.

2 comentaris:

  1. Si no me equivoco, sólo hay una posible respuesta a tu afirmación en forma de pregunta retórica, y ésta es obvia ya que si no nuestras frases (tanto la tuya como la mía), no habrían empezado como empiezan,
    a callar y a otorgar, si es que no nos hemos equivocado...

    - Algún día dejaremos de estar cuerdos! - Gritó uno de los dos. Y la ciudad entera se quedó mirándolos desde su matemáticamente predecible estado ánimo.

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i tu, què dius?